martes, 29 de enero de 2013

Capítulo 1: Empezando con buen pie.

¡HOLA! :) Antes de subir el capítulo quería comentaros algo:

1. GRACIAS A TODAS MIS LECTORAS <3
2. Con respecto a los comentarios: ¡por favor comentad! Si os es más fácil, lo hacéis en modo anónimo y me ponéis ahí vuestro twitter para saber quiénes sois :D
3. Perdón por tardar tanto en subir pero la verdad es que estaba escasa de imaginación y además luego cambié de rumbo la historia y la volví a cambiar y me lié y no sabía qué hacer, pero este es bastante largo así que... os dejo que lo leáis.
4. Esta es la canción de la que hablo al principio :)


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En el coche había demasiado bochorno, y bajar la ventanilla no era una opción, pues el calor de fuera era seco, aunque para mi padre era suficiente. Su ventanilla estaba bajada del todo, con su codo izquierdo apoyado en el borde mientras que con la mano derecha agarraba el volante. A su lado iba el padre de Jess, cantando con todo lo que daba su voz “Sweet Home Alabama” de Kid Rock, que sonaba en la radio en ese momento. Mi padre y yo nos unimos a él cuando el estribillo sonó. A mi lado un ruidito ronco nos llamó la atención. Nos reímos cuando nos dimos cuenta de que Jess estaba protestando porque no la dejábamos dormir.

“Tu madre me ha dicho que te diga varias cosas antes de dejaros en el coche…”, comentó mi padre alzando su mirada hacia el retrovisor, donde nuestras miradas se encontraron.

“Por supuesto que sí”. Mi sarcástica respuesta hizo reír a los dos adultos que iban delante de mí. “¿Y bien? ¿No me las vas a decir?”

Mi padre hizo una mueca para después confesar que no se acordaba de todo lo que su preocupada mujer le había hecho recordar para asegurarse de que su hija no se metiese en problemas.

Al poco rato John y mi padre se enzarzaron en una acalorada discusión sobre cuál de los dos partidos políticos más importantes del país lo hacían peor. La verdad, era una discusión sin sentido, pues ambos pertenecían al mismo bando, así que decidí mirar por la venta. El Solo estaba alto en el cielo. Me quité la sudadera y miré a Jess, que seguía dormida.

Dios, qué pesada. Siempre está durmiendo. Esperemos que cuando lleguemos ya haya despertado. Conociéndola…, pensé.

Empecé a divagar por mi mente. Tenía muchísimas ganas de llegar y ver quién había por allí, de pasar tres meses lejos de todo y de todos, de estar en la playa con Jess y conocer a nueva gente. Presentía que este iba a ser el mejor verano de nuestras vidas.

Poco a poco me fui quedando dormida, con la cabeza apoyada en mi hombro en una posición muy incómoda.

El Sol me daba de frente, cegándome por momentos. El balón vino en mi dirección y mis puños se juntaron para lanzar la pelota al alto y que la persona que estaba a mi lado rematase. Juego ganado. Me giré para celebrarlo mientras unos brazos me alzaban. Yo me agarré a su cuello y posé las manos sobre su espalda. Tenía unos músculos muy definidos. Al separar mi cara de su cuello unos mechones de pelo rizado me rozaron la cara. Esos ojos verdes…

***

Una mano me zarandeó suavemente. “Hemos llegado”, me susurró la voz de mi padre.

“Mmmm…”

Sentí su cuerpo inclinarse por encima del mío para desabrocharme el cinturón de seguridad.

“Broo, esto es precioso… mira”.

Mis ojos tardaron poco en acostumbrarse a la luz, que era escasa. Un prado con árboles inundó mi visión. El Sol estaba casi detrás de la montaña al fondo. Miré a Jess, que giraba sobre sí misma, observando los detalles del precioso paisaje que había al otro lado de su ventana: una playa inmensa, de arena fina y clara. El mar en calma, sus olas arrastrando las conchas. Música celestial. El sitio perfecto para dormir.

“Buenos días, dormilona”, la saludé con una sonrisa. Ella murmuró un “wow” y yo sentí que acababa de quitarme la palabra para definir aquello.

Cuando bajé del coche, estirando mis entumecidas piernas, escuché una risa a mi espalda. Era como la risa de una sirena, incitándote a unirte a ella en sus travesuras para nunca jamás dejarte ir. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Me di la vuelta y, apenas lo hice, un pegote de barro chocó contra mi cara, mi pelo y mi camiseta blanca. Me limpié como pude el barro de la cara y observé atónita como un grupo de chicas en bicicleta se paraba unos metros por delante de mí. Todas giraron su cabeza, dejando volar sus largos cabellos, hacia mí. La misma risa de antes volvió a sonar, y esta vez le puse cara. Rubia, ojos azules, cuerpo de escándalo, la líder del grupo. A continuación, las risas de las otras chicas resonaron en el ambiente, aunque la mayoría de ellas me miraban con verdadera pena, como si sintiesen que su líder me hubiese hecho eso.

“Me gusta tu camiseta…”, dijo la rubia, mostrando una sonrisa afilada, más propia de una arpía que de un humano.

Por desgracia, Jess lo había visto todo y no iba a quedarse callada.

“Y A MI ME VA A GUSTAR TU CARA CUANDO TE PEGUE TAL….”

“Jess, no”, la interrumpí, “hay que saber cuándo vale la pena arriesgarse y cuando no. Y está claro que ahora no.”

Además, no quería que Jess se metiese en problemas: 1 – era el primer día; 2 – como ya le había dicho, esa pobre chica no valía la pena.

Vi como el grupo de chicas se iban, probablemente por el hecho de que mi padre acababa de salir del coche y las miraba con una ceja levantada.

“¿Primer día y ya hay un grupito de Mean Girls? Creo que vuestro verano va a ser interesante”

Bufé en respuesta y empecé a caminar en busca de unos lavabos. El camino de tierra se dividía después de unas casetas que serían (supuse), las zonas comunes. Opté por la izquierda y, al cabo de unos minutos, encontré un letrero que anunciaba “BAÑOS”, y un muñequito de un hombre a su derecha. Sin importarme ese dato, entré a la sala. En las paredes había bancos y, por encima, perchas. Otro gran banco se situaba en el medio de la habitación. Al fondo divisé Una hilera de lavabos con un espejo encima. Todo relucía, claro signo de que por allí no había pasado nadie. Me quité la camiseta y empecé a lavarme la cara y el pelo, aunque lo único que hice fue embadurnarlo un poco más. Encontré un rollo de papel higiénico en un baño. Más al fondo se escuchaba el ruido de una ducha, pero le resté importancia, dando por hecho que estaría estropeada.

Cuando ya casi me había quitado todo el barro de la cara (aunque no del pelo), la ducha se paró. Miré hacia mi izquierda, de donde salió un chico completamente desnudo. Me sobresalté y, aunque poco después lo reconocí, no podía quitar el gesto de asombro de mi cara. Un chico alto, moreno y musculoso se alzaba en frente a mí. Su pelo negro y mojado le caía sobre la frente. Yo aparté la mirada rápidamente y al ver que él no se tapaba, mis manos, que estaban apoyadas en el lavabo, se cerraron formando dos puños.

“Tápate”, gruñí.

Escuché como contenía la risa mientras cogía una toalla de un perchero que tenía a su izquierda. Se la enroscó en la cadera, dejando visible las líneas en forma de v y su torso. Mis amigas siempre fantaseaban con su cuerpo, sobre si algún día él se fijaría en ellas y sobre cómo podía estar yo tan ciega y negar lo “evidente”. No lo negaba, mi hermano trabajaba a fondo su cuerpo en el gimnasio todos los días, hacía natación y corría, y tenía muy buen cuerpo, pero era mi hermano.

“Me has visto salir de la ducha miles de veces en casa.”

“¿Qué haces aquí, Zayn?”, dije mientras giraba mi cuerpo para encararle, posando mi mano izquierda en mi cadera.

“Esa pregunta debería hacértela yo a ti. Esto es el baño de chicos”, dijo mientras señalaba a su alrededor, “Yo soy un chico”, se señaló a si mismo, “y tu una chica. Pensé que os enseñaban eso en Biología”.

Noté como la sangre subía a mis mejillas, mientras me recriminaba a mi misma no haber especificado que me refería al campamento en general, no al baño en particular.

“¿Qué haces semidesnuda en el baño de tíos?”, dijo mientras su mirada se posaba en mi torso. Por suerte el sujetador no se había manchado. Por muy hermano mío que fuese, si me hubiese encontrado sin él me hubiese muerto de vergüenza. Por un momento pensé en aquella frase que me había dicho una de mis amigas. “Si yo fuese tu, me daría igual que fuese mi hermano.” Creo que no sabría qué hacer si no llega a ser mi hermano.

Al ver que no contestaba, Zayn me repitió la pregunta.

“Pues… una chica me salpicó de barro”. Le señalé banco donde estaba tirada mi camiseta sucia y él no pudo reprimir la risa. Cuando recuperó la calma, me dijo:

“¿Haciendo amigas?”

“Dios, ¡no! Antes que hacerme amiga de esa chica me tiraría desde la estratosfera sin traje espacial. Además, que te cuente Jess: casi la pega”. Al recordar la escena, una risita tímida se escapó de mis labios, precedida por una expresión de horror al imaginarme siendo amiga de la rubia estúpida.

Zayn cogió una mochila de una pequeña taquilla y la dejó sobre el banco, mientras comenzaba a sacar sus cosas.

“Por cierto, Zayn, déjame una camiseta limpia”

“¿Qué? No. Estás muy guapa así”. Una sonrisa perversa asomó a sus labios mientras me miraba de reojo para contemplar mi reacción que, obviamente, fue de estupefacción. Estaba claro que no le bastaba con estar en este preciso instante en mi campamento (y sospecho que también los próximos tres meses), que además no pensaba ayudar en esto.
En ese momento una puerta situada al fondo de la sala, por detrás de mi hermano, se abrió y de ella apareció un chico con la cabeza agachada mientras se quitaba los calzoncillos para ir a ducharse.

“¿Con quién hablas, tío?”

Esa voz. No. No. Levantó la cabeza y sus ojos verdes se encontraron con los míos. Si. Su expresión pasó de risueña a alterada por estar desnudo delante de mí, aunque Zayn me tapase sus partes más íntimas, y se puso rápidamente su ropa interior de nuevo. Sus ojos deshicieron el contacto con los míos para mirar a mi hermano y luego volvieron a mí. Sentí como me recorría el cuerpo con la mirada, parándose finalmente en la parte de arriba de mi cuerpo.

“¿Qué…?”, comenzó a decir, pero no le dio tiempo, pues mi hermano sacó de su mochila algo y me lo tiró, gritándomelo que me lo pusiese. Cuando lo tuve en mis manos me di cuenta de que era una camiseta. La desdoblé y pasé el cuello de la camiseta por la cabeza, mientras me daba cuenta de que tenía el color de las camisetas de los monitores. Cuando lo miré de nuevo, se dio cuenta de que mi miraba estaba en llamas y no precisamente de placer.

“Corre”, le susurré. Y echó a correr sin ni siquiera intentar ponerse unos calzoncillos. Antes de seguirlo miré a Harry y le dediqué una sonrisa, que él me correspondió.

Le perseguí por casi todo el campus, mientras que él intentaba que la toalla no se le cayese, lo cual me dio ventaja, pues no corría en condiciones favorables. Al final aminoró el paso, dándome la oportunidad de alcanzarle, pero no lo hice, sino que me quedé detrás de él, observándolo mientras hacía el ridículo por todo el campus. Cuando ya no podía aguantar más la risa, él decidió entrar en una cabaña y yo le seguí. Me tiré en el suelo de la cabaña y doblé mis rodillas juntándolas con el pecho mientras que me reía a carcajada limpia. Al calmarme, rodé por el suelo para ver a mi hermano sentado en la cama mirándome con una sonrisa divertida en la boca y a mi padre, Jess y su padre contemplándonos. Vi preocupación en los ojos de los dos adultos, posiblemente debido a que estaban pensando que yo tenía algún tipo de trastorno mental, y desconcierto en los de mi amiga que tenía la cabeza ladeada y el ceño fruncido. Después de unos minutos, mi padre se acercó a mí suspirando y me dio un beso en la frente. Acto seguido se acercó a Zayn y le cogió una mano con su mano derecha y con la otra le daba una palmada en la espalda, parándose unos instantes para decirle algo al oído. También vi como John le daba un beso a su hija de despedida y le advertía para que tuviésemos cuidado.

Con la mano en el pomo de la puerta, mi padre nos deseó un buen verano y se fue.

Unos minutos después, Zayn también se levantó de la que sería mi cama, no sin antes avisar a Jess de que no se permitían las peleas en el campus, dejando así al descubierto que yo se lo había contado. Mi amiga iba a replicar, pero este fue sin darle la oportunidad. La aún confundida Jess se giró sobre los talones y me miró.



sábado, 19 de enero de 2013

Prólogo.



Después de empujar a mucha gente conseguí llegar al extremo de la fila de sillas, donde dos seguratas me cortaron el paso, su altura casi doblando la mia, al igual que su ancho. Uno de ellos miró en mi dirección sin apartarse de mi camino, con sus anchos y largos brazos aún cruzados por encima de su pecho.

“¿Puedo pasar?”, susurré, bajando mi mirada hacia mis pies, que se movían con inquietud. Entonces el otro gorila le dio una palmada en el brazo al hombre que tenía delante, indicando que tenía su permiso para dejarme salir. Cuando pasé entre los dos hombres, escuché una pequeña risa proveniente del hombre que se había resistido a dejarme paso. Me di la vuelta para asegurarme de que no me estaban mirando, pero con lo único con lo que me topé fue con sus anchas y musculosas espaldas, protegidas por el chaleco antibalas y una cazadora. En ese momento mi vejiga me apremió a continuar mi camino.

No me di cuenta de que me estaban siguiendo hasta que noté que unas manos me sostenían las caderas, acercando mi espalda a un pecho musculoso, señal de que era un chico lo que tenía detrás. Mi miedo era palpable en el aire. Mi corazón latía desenfrenado, transportando a mis venas una sensación horrible, mis músculos agarrotados, preparados para echar a correr en cualquier momento. Mi madre me había avisado esa tarde de los peligros de ir a un concierto en el que habría miles de personas enloquecidas, borrachas, drogadas. Mis amigas y yo habíamos decidido arriesgarnos, pero ahora me arrepentía con cada centímetro en el que los labios del chico se acercaron a mí.

“No deberías salir sola, Broo”, me susurró entonces una voz grave, con un deje de diversión en su voz, mientras me soltaba. Instantáneamente me di la vuelta hacia la figura alta que se encontraba delante de mí. Sus ojos oscuros brillaron a la vez que sus labios carnosos se transformaban en una arrebatadora sonrisa. Su lengua saboreó su labio superior, su saliva dándole humedad. Un mechón de pelo moreno caía descuidadamente sobre su frente, tapándole los ojos. Se lo echó hacia atrás en un gesto impaciente, esperando mi respuesta a su broma. Su brazo, tan moreno como el resto de su piel, rozó la camiseta que llevaba para quitarse el sudor del concierto. Alcancé a ver sus ojos abriéndose por la sorpresa cuando me di la vuelta y comencé a caminar más rápido que antes, dejándole claro que no quería que me siguiese. Entonces, una mano me agarró la muñeca con fuerza, casi haciéndome daño, mientras la otra me agarraba la cintura al voltearme y quedar frente a él, su nariz rozando con la mía.

“¿A dónde pensabas que ibas?”, susurró, su voz se había más grave. Se había enfadado. Mi madre decía que tuviese paciencia con él, pero mis límites serían sobrepasados si no dejaba de perseguirme a cada paso que daba. Me sentía agobiada.

“¿Qué haces aquí?”, dije entre dientes. Nuestras frentes se habían juntado, nuestros ojos fijos en los del otro y nuestro enfado iba en aumento.

“Yo te he preguntado primero”, contestó él, atenazando el agarre de mi pequeña muñeca.

“Yo después”. Mi sonrisa se curvó irónicamente mientras lo decía, dejándole claro que no le tenía miedo.

“Vine al concierto”, dijo sin mucha convicción, su mano aflojándose un poco alrededor de mi muñeca enrojecida.

“No te gusta Simple Plan. Yo lo sé, tú lo sabes”, su cuerpo se alejó prudencialmente del mío. Me conocía demasiado bien para saber que si me volvía a acercar, al separarme él tendría una marca de dientes en su antebrazo.

“Zayn, suéltame.”

“Dime a dónde vas”, insistió una vez más.

“¡Voy al maldito baño!”, le grité.

Suspiró y, antes de que me diese cuenta, estaba tirando de mi brazo, por poco descolocándome el hombro al darme la vuelta. Zayn soltó mi muñeca para cogerme de la mano. Sentía un dolor persistente en la parte que él acababa de soltar.

Al pasar al lado de un grupo de chicos, su cuerpo entero se tensó. Eran altos, muy altos, y se dirigían a la cafetería, seguramente a por una refrescante cerveza para aclararse la garganta. Eran el típico grupo por el que cruzarías la acera para no toparte con ellos. Noté como varios pares de ojos se clavaban en nuestras espaldas al dejarlos atrás. Al igual que yo, Zayn también la notó, pues se dio la vuelta y comenzó con aquellos chicos imponentes una guerra de miradas en la que yo estaba en medio, aún mirando hacia delante, hacia mi hermano. Apenas me dio tiempo a volver la cabeza cuando mi hermano, no menos imponente, continuó nuestro camino, pero fue suficiente para fijarme en el chico del fondo, el de detrás de aquella bola de grasa con patas que era uno de los componentes del grupo. Era el único que no pretendía matar con la mirada a Zayn. Sus ojos se encontraron con los míos, mientras sus labios carnosos se curvaban en una sonrisa. Lo último que vi de él fue su mano apartando un mechón del rizoso  pelo que le caía sobre la frente, mientras se mojaba los labios con la lengua.

Recorrimos el estadio, cruzándonos con todo tipo de personas. Cuando me quise dar cuenta, una mano me había empujado suavemente en la cadera hacia delante y estaba en una habitación con una luz blanca casi cegadora. El recuerdo al hospital el día que se murió mi abuelo sobrevoló mis recuerdos, mientras una tímida lágrima asomaba a mis ojos. Rápidamente me la sequé con el dorso de la mano.

Cuando los brazos de Zayn me rodearon, dándome un cálido abrazo como solo un hermano sabe darlos: reconfortantes, fuertes, seguros, fue cuando me di cuenta de que estaba en el baño. En la pared del fondo había un espejo enorme, pero la gente lo había utilizado como papel de pintar y la cantidad de obscenidades allí escritas podrían batir el Récord Guinness.

“Broo, no te molestes en aquel chico… ya has visto con quién estaba”

***

“¡DESPIERTA!”

Mi cabeza aletargada y pesada por el alcohol ingerido la noche anterior intentó procesar de quién provenía el grito que me acababan de pegar. Poco a poco mis ojos se fueron abriendo. La luz que entraba por la ventana era casi cegadora. Cuando me acostumbré a la luz, divisé una figura sentada sobre mis sábanas, desesperada porque me levantase: Jess. Su largo y liso pelo cayendo sobre mi cara mientras sus verdes ojos brillaban y sus labios se curvaban en un sonrisa aún más ancha.

“¡HOY NOS VAMOS DE CAMPAMENTO!”

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Espero que os haya gustado :D

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4. GRACIAS POR LEER :D