martes, 26 de marzo de 2013

Capítulo 2. La playa




“¡Vamos a explorar!”, gritó Jess en mi oído rompiéndome los tímpanos. Le di dos palmaditas en la mejilla y me tiré a la cama.

“¿Pero como puedes ser taaaaaan dormilona?”, dijo tratando de levantarme, pero yo era más fuerte y la tiré encima de mí.

“Claro, como tú te pasaste todo el viaje durmiendo ahora estás hiperactiva. De verdad creo que solo te soporto cuando estás dormida o comiendo”, la chinché mientras reía y ella empezó a hacerme cosquillas, pasando sus manos de mi cuello a mi barriga, de ahí a la parte trasera de mis rodillas y, cuando pensé que ya se había cansado, se dio la vuelta sentada sobre mí con las rodillas apoyadas en la cama y me cogió los pies: mi punto débil. Yo no podía parar de reírme y hacer aspavientos con las manos mientras intentaba que Jess no pudiese cogérmelos.

En ese momento la puerta se abrió y yo pensé que fuese quien fuese me ayudaría. Desafortunadamente, era mi hermano, que ordenó a mi amiga que me sujetase las rodillas mientras él seguía haciéndome cosquillas. Los dos reían como locos y, siendo sincera, yo me estaba divirtiendo a pesar de mis intentos por estar seria y enfadada cuando Zayn estuviese delante: ese fue el plan que ideé cuando me enteré de que iba a pasar el maldito verano con él. Por suerte para mi, ellos dejaron de hacerme cosquillas y yo salté de la cama y fui corriendo a por unos calcetines a mi maleta antes de que cambiasen de opinión o se aburriesen y decidiesen volver a por mí, pero mi suerte fue tan bondadosa conmigo que hizo que toda mi ropa cayese al suelo. Y cuando digo toda, es toda.

“Mierda”, murmuré, mientras intentaba recoger mi ropa interior antes de que Zayn la viera.

No es que él nunca me haya visto en ropa interior, pero fueron muy pocas veces y todas muy embarazosas. Él, al contrario, se paseaba por casa en ropa interior las 24 horas del día. Total, en casa solo estaba yo hasta que llegaban papá y mamá a las 10 de la noche de trabajar, hora en la que Zayn se iba a dar una ducha y salía con un pijama puesto.

“Si por algo te llamo Patito, enana… Tu coordinación lo tienes en esa colita tan mona que tienes”. Se había dado cuenta y ahora estaba de pie detrás de mí mirándome mientras contenía la risa. Mi sorpresa fue cuando se agachó y me ayudó a recoger. Bueno, la causa no era precisamente noble, que se diga, puesto que recogió nada más y nada menos que mi sujetador negro. Me di una palmada en la frente y negué con la cabeza, al tiempo que Jess comenzaba a reírse y se tiraba sobre la cama. La risa de mi amiga me impidió escuchar a Zayn murmurar una palabra. En ese instante me giré mi cabeza y le miré directamente.

“¿Qué?”, dije confundida.

Entonces se levantó y caminó hasta un cajón, donde fue dejando mi ropa interior en uno de los cajoncitos del armario. Cuando terminó de colocarla, se giró y caminó hasta la puerta. Entonces me miró con una sonrisa ladeada y me respondió.

“Deberías colocar la ropa en el armario, no de vuelta en la maleta, Patito.” Dicho eso, se fue, dejando a una Jess ahogada por las risas y a mí con una confusión creciente.

“Obviamente eso no fue lo que me dijo, ¿o me equivoco?”, pregunté cuando mi amiga se hubo calmado. Craso error, pues eso solo ocasionó que su ataque de risa volviese, no sin antes negar con la cabeza.
Rodé mis ojos, muestra de la exasperación que sentía, al tiempo que me ponía en pie y salía por la puerta como minutos antes había hecho mi hermano. En esos momentos la que necesitaba salir a explorar era yo, o mejor dicho, salir a encontrar gente nueva, gente que no te ponga apodos vergonzosos o que se ría de tu confusión.

Caminé hacia la playa, paseando entre los árboles que rodeaban el caminito de madera. Poco después, sentí a Jess abrazarme y reír feliz.

“Al final conseguí que vinieses a explorar.”

“¿Ese era tu plan desde el principio, verdad?”, respondí, con el ánimo un poco recargado y una mirada acusadora en mis ojos. Sin embargo, los suyos reflejaban diversión y astucia. Sólo obtuve por contestación una amplia sonrisa, dejando ver todos sus pequeños dientes de conejillo.

Los árboles desaparecieron en un punto del camino, siendo sustituidos por la arena, señal de que habíamos llegado finalmente a la playa. Vimos a nuestra izquierda un chiringuito resguardado de las miradas cotillas por una montaña de arena. El chiringuito estaba decorado con la bandera reggae y desde donde nos encontrábamos se escuchaba a Bob Marley predicar a sus fieles seguidores sus letras. Nos acercamos y miramos la pizarra con los cócteles tropicales que se ofrecían, en los que el rojo, el amarillo y el verde se alternaban. Al mirar al interior de la caseta, me encontré con los ojos azules de un moreno espectacular. Una camisa blanca de tirantes resaltaba sus bíceps y definía bien sus pectorales. A la altura de su cadera sostenía, con una mano, un vaso, y con la otra, una toalla. A pesar del delantal negro que llevaba puesto, como camarero que era, podía verse el bañador blanco de flores hawaiianas, que resaltaban aún más su piel morena. Cuando levanté la vista de nuevo, le vi negando con la cabeza gacha y riéndose. Por supuesto, yo no era la única que le había dado un repaso considerable, pues mi amiga se lo estaba comiendo viva con los ojos.

IMPORTANTE

Esta es la otra novela. Aquí tenéis el prólogo: http://smurftears.blogspot.com.es/ SÓLO AVISARÉ A LAS PERSONAS QUE COMENTEN LOS CAPÍTULOS (preferiblemente por aqui, pero si en alguna ocasión no os es posible hacerlo en blogger, podéis comentar en Twitter, Whatsapp...)



“Como se nota que llegó el verano”, murmuró risueño. Tenía un curioso acento y su voz era endiabladamente sexy.

“¿A qué te refieres?”, pregunté yo, ladeando la cabeza y fijando mi mirada en sus profundos ojos.

“Pues… vaya, pensé que no me habríais escuchado”, susurró, mientras que sus mejillas se tornaban rojas a causa de la vergüenza. Jess y yo le miramos expectantes y finalmente él respondió con un suspiro. “En verano parece que las chicas estáis más sueltas”. Titubeó al decir la última palabra, alternando su mirada entre mi amiga y yo, para después sonrojarse por segunda vez en menos de dos minutos.

“¿Perdón?”, escuché decir a mi amiga, que tenía un tono de nerviosismo e incredibilidad. Antes de que la cosa fuese a mayores, le pedí dos daiquiris. Él titubeó y mi amiga me dio un manotazo en el brazo. Entonces yo al miré. “¿No querías un daiquiri?”, inquirí, a la vez que una sonrisa se formaba en mi cara.

“¿Vas a dejar así eso?”, me espetó Jess con una mirada furibunda, a lo que me encogí de hombros y giré en mi asiento para dirigirme de nuevo al camarero.

“Dos daiquiris, por favor”, le repetí, pero, para mi sorpresa, él nos cuestionó nuestra edad.

“Oh, vamos, ¿en serio?”, replicó la morena, levantando las manos hasta su cabeza y dejándolas caer de nuevo, haciendo chocar las manos con la madera de la barra en un gesto de disconformidad.

Nuevamente decidí intervenir: “Tenemos 17. ¿Nos das los daiquiris ya?”

Él se dio la vuelta y comenzó a juntar los ingredientes del daiquiri en una barra contigua a la de los clientes.

“No sé vuestros nombres”, comentó a la vez que metía el hielo en la coctelera, la cerraba y comenzaba a batir.

“Ni tienes por qué saberlos”, contestó, de nuevo, Jess. En ese momento no pude contener la risa acumulada desde que habíamos llegado al chiringuito. Poco después, el camarero se unió a mí, pero al ver la mirada asesina de mi amiga, se puso serio repentinamente y bajó su mirada a la coctelera que enseguida dejó de batir para coger dos vasos y verter el líquido en ellos. Nos los sirvió y comenzamos a beber en un incómodo silencio, roto en una ocasión por el quejido de protesta de mi querida, borde y crea-momentos-incómodos amiga al recibir una patada de mi parte en la espinilla, acompañado de una mirada asesina. “Tú tampoco nos has dicho tu nombre…”, puntualizó de improvisto, dirigiendo su mirada hacia el moreno, que también la miró extrañado. De pronto su mirada se tornó pícara, al igual que la sonrisilla torcida que se pintó en su rostro.

“Os lo diré cuando vosotras me hayáis dicho el vuestro”. Sus cejas se levantaron y fijó mi mirada en la suya. Yo le sonreí y estaba a punto de decirle mi nombre cuando Jess me interrumpió.

“¿¡ESO QUE SUENA ES ‘YOU SUCK AT LOVE’¡?”, gritó, cogiéndome del brazo y arrastrándome lejos del chiringuito. Corrimos hacia un escenario improvisado que había al otro extremo de la playa y nos pusimos a bailar como locas. Cuando terminó la canción ambas nos miramos y empezamos a reír. Entonces vimos a dos chicos que nos observaban con una sonrisa en sus bocas. Uno era rubio y tenía los ojos azules, mientras que el otro era moreno y tenía los ojos marrones. Comenzaron a acercarse a nosotras, pero en ese momento unas manos nos cogieron fuertemente del brazo y nos hicieron girar de manera brusca.

“¿Qué pasa con vosotras?”, espetó una voz masculina cuando nos quedamos de frente a ellos. Jess y yo nos miramos extrañadas y luego miramos a Zayn y a Harry. Este último suavizó la mirada al comprender que no entendíamos qué pasaba, pero Zayn aumentó su agarre, dejando mi brazo sin riego sanguíneo.

“Zayn, me haces daño”, hice una mueca de dolor y lo miré. Él enseguida cambió su expresión al encontrarse con mis ojos y soltó su mano de mi brazo. Me había quedado una marca roja en el lugar donde él me había estado agarrando.

“Perdóname, Broo”, se disculpó con voz de cachorrito y sus ojos reflejaban la culpa.

“Bueno, ¿a qué ha venido eso?”, inquirió mi amiga de pronto, haciendo que todos nos volviésemos hacia ella. Yo me separé un paso de Zayn y me acerqué más a ella.

“Chicas, es la segunda infracción cometida hoy”, explicó Harry.

“¿Segunda?”, no entendía nada.

IMPORTANTE

A PARTIR DE AHORA SOLO SUBIRÉ CAPÍTULOS CUANDO TENGA 15 COMENTARIOS O MÁS. SI NO, SUBIRÉ CUANDO A MI ME DE LA REAL GANA.
CUANDO COMENTÉIS, PONED SIEMPRE VUESTRO TWITTER PARA SABER QUIÉNES SOIS Y PODER AVISAROS. PODÉIS SEGUIR MI BLOG EN EL BOTÓN DE LA IZQUIERDA DONDE PONE "PARTICIPAR EN ESTE SITIO". 
Perdón por las interrupciones :)

“Tú”, comenzó Harry, señalando a Jess, “casi pegas a otra campista el primer día. Y tú”, continuó, esta vez señalándome a mí, “te metiste en el vestuario de hombres”. Aquello me hizo sonrojar a más no poder, pues había visto a los dos chicos que tenía delante semidesnudos; en realidad, a uno lo había visto completamente desnudo, y eso me hizo sonrojarme más.

“Y ahora estáis las dos en propiedad del otro campamento. Bueno, en realidad la playa es de los dos campamentos, tenemos actividades juntos y podéis estar aquí siempre que queráis, pero no antes de haberos reunido con el director del campamento y tampoco en una actividad en la que no participáis, ¿queda claro?”, pero antes de que pudiésemos contestar, vio a alguien detrás nuestro y nos apartó para ir hacia él, al igual que Harry. Con la boca abierta de lo raro que había sido eso, Jess y yo nos dimos la vuelta, encontrándonos con nuestros monitores charlando animadamente con los chicos que antes se estaban acercando a nosotras. Justo entonces Zayn se giró hacia nosotras.

“¡Venid, chicas, os quiero presentar a alguien!”

Su cara había cambiado por completo: ahora estaba relajado y muy animado.

“¿Tú quieres presentárnoslos o ellos quieren que nos presentéis?”. Le di un codazo a la charlatana de mi amiga para que se callase, mientras veía como el rubio se sonrojaba de una manera casi inhumana. “Bingo”, susurró, y se acercó con una sonrisa de oreja a oreja en su cara.

Negando con la cabeza yo también me acerqué, situándome entre Harry y Jess, y no pude contener la risa al ver la reacción del rubito cuando esta última se acercó y dejó dos besos sobre sus mejillas, separándose lentamente en cada ocasión, y provocando que él volviese a sonrojarse. Entonces ella se separó rápidamente de él con una amplia sonrisa en los labios y saludó de la misma manera al otro chico. Cuando Jess volvió a su sitio, los dos chicos y yo nos miramos, esbozando una sonrisa cortés.

“Zayn, ¿me los presentas?”, dije volviendo mi cabeza hacia él.

Después de unos minutos de conversación con Niall y Liam (así se llamaban los chicos), en los que nos enteramos de que ellos eran monitores del otro campamento, que estaba situado en el extremo de la playa opuesto al nuestro y con el que compartiríamos la mayoría de las actividades, regresamos hacia el campamento.

Ya habíamos pasado el chiringuito, que ahora estaba vacío, cuando la voz de su sexy camarero gritó los nombres de nuestros acompañantes. Estos se dieron la vuelta y recorrieron el camino de vuelta hacia él.

“¡Louis! Perdón por pasar de largo antes, pero estas dos niñas nos estaban dando problemas el primer día de campamento”, explicó Harry, risueño, pero Jess, una vez más, hizo muestra de su carácter y le pegó un puñetazo –no muy fuerte- en el brazo, a lo que Louis rió.

“Vaya, veo que no soy el único al que tratas mal”, dijo mirándola. Zayn y yo nos reímos, pues sabíamos de sobra que a Jess le encantaba maltratar a los hombres (por así decirlo) y hacerles sufrir cuando ella creía que se habían pasado de la raya. No es que los torturase, pero tenía sus métodos.

“Ten mucho cuidado con esas manitas, pequeña, que soy tu monitor y te puedo castigar.” Harry tenía una ceja elevada y una sonrisa pícara en el rostro.

“No sé tú, pero no soy sadomasoquista, pervertido”, contestó ella matándole con la mirada y provocando que él soltase una carcajada.

“Creo que deberíamos irnos antes de que alguien muera”, comentó Zayn a mi lado mirando divertido la escena, al igual que Louis.

“Pero venid a visitarme. Todos vosotros. Y si, eso te incluye a ti”, señaló a Jess, quien se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el campamento. “¿Se ha enfadado por eso?”

“Es muy probable”, contesté. “Vámonos antes de que pille a la guarra rubia y lo pague con ella. Hasta otra, Louis”, me despedí con una sonrisa, que él me correspondió y cuando todos se hubieron despedido prometiendo volver, nos fuimos detrás de Jess.

Yo iba caminando en medio de los dos chicos, cuando se me ocurrió la posibilidad de que Louis les preguntase a ellos nuestros nombres, así que decidí pedirles que no se los dijesen y así hacer de rabiar a su amigo. Para mi sorpresa, ellos aceptaron.

Casi habíamos llegado al campamento cuando me di cuenta de que entre unas cosas y otras no le había pagado las bebidas, así que volví corriendo. Él se negó a que pagase, con la condición de que le dijese mi nombre. Yo solo miré la pizarra con los precios, saqué un billete de cinco y una moneda de dos euros, se la dejé en la barra y volví corriendo al campamento.